27 de marzo de 2022

Taylor Hawkins, in memoriam

 


Y la noticia de tu muerte llegó como el frío de la noche bogotana. Fue de no creer. Todos querían verte en el escenario, descargando tu fuerza en la batería, cerrando un Festival Estéreo Picnic que prometía ser inolvidable tras una angustiosa pandemia que nadie quiere recordar. Y sin embargo la muerte, tan caprichosa, tan infame, se interpuso en ello y después de un anuncio proyectado en la pantalla del escenario se confirmó lo que nadie podía creer, ni quería escuchar: habías muerto en la habitación del hotel donde te hospedabas, minutos antes de salir junto a los Foo Fighters, tus amigos de la vida y de la música, con quienes esperabas darlo todo en aquella noche. 

No ahondaré en los detalles de tu muerte, eso ya lo han hecho los medios de comunicación (especialmente los de mi país) y algunos beatos de camándula y misa que, entre especulaciones y rumores lanzados al aire, revelaron sus prejuicios, su falta de humanidad. Prefiero quedarme con tus poderosos solos de batería, esos golpes que cortaban el silencio de tajo, ese fuego que desprendían tus baquetas, ese arrojo que hacía saltar a más de uno, esa felicidad que se dibujaba en tu rostro mientras Dave Grohl (tu amigo eterno) y compañía hacían temblar la tierra con su poderoso rock que a nadie dejaba indiferente. 

En el silencio de la noche, lejos de Bogotá, escucho “Best Of You”, mi canción favorita de Foo Fighters. Son increíbles la destreza y versatilidad de las que haces gala en los cuatro minutos y quince segundos que dura la canción: de la agilidad y elegancia (cualidades aprendidas de Roger Taylor y Stewart Copeland, tus ídolos desde la infancia), pasas a la crudeza y el vértigo total. Cada golpe de batería es sincero, llega a la cabeza, al corazón, hace temblar los huesos y golpear el aire con puños certeros. 

Todo ello suena a un desahogo y quisiera gritar mientras te escucho golpear la batería sin parar, como seguramente muchos que lloran tu muerte deben estarlo haciendo en este momento. Algunos sobrevivieron al desencanto de los 90, otros sobrevivimos a la incertidumbre de los 2000, y veíamos en ti y en Foo Fighters la certeza de que el rock seguiría sonando a todo volumen, a pesar de la avalancha de canciones hiperproducidas, coloridas pero insulsas que nos cubre todos los días. Pero nos abandonaste antes de tiempo y el silencio, a veces más duro que la muerte, se apoderó de nosotros. 

“Is someone getting the best... the best of you? Is someone getting the best... the best of you?”, canto y canto, tratando de que con mi voz vuelvas de la nada. Vana ilusión. Sin embargo, la música de alguna manera hace que estés presente y cada canción es una invocación, una oración, un anhelo de que ya no tengas dolores donde quiera que estés. 

Es irónico que la ausencia nos haga caer en la cuenta de lo valiosas que son las personas. Es irónico hacer un recuento de todas las proezas de un músico, de su talento y valor, de sus luchas y aportes, cuando ya no está. Porque, ilusos, nos confiamos en el presente y creemos que siempre estará ahí, ayudándonos a hacer más llevadera nuestra vida con sus canciones. Pero no. El destino juega a los dados y cuando caen sobre la mesa no hay nada que hacer. 

Hiciste lo que quisiste, lujo que pocos pueden darse. De niño sabías que la música sería tu camino: estudiaste piano, tocaste la guitarra y la cambiaste por la batería. Fuiste baterista de Alanis Morissette y con Foo Fighters escribiste tu nombre en la historia del rock. Emprendiste tus propios proyectos —Taylor Hawkins and the Coattail Riders, Chevy Metal y Birds of Satan—, fuiste elegido el mejor baterista de rock por la revista Rhythm (la biblia de los bateristas) en 2005 y en cada disco, en cada concierto, diste tu vida por el rock. 

“Vivimos y morimos por la gran espada del rock and roll”, le dijiste a la revista Kerrang. Nadie esperaba que te fueras tan pronto y hubiéramos querido que siguieras viviendo por esa gran espada del rock, esperando atajar tus baquetas después de que las arrojaras desde un escenario. Por fortuna, el rock nos hace eternos y eso lo sabes muy bien, porque desde ahora lo eres.

Buen viaje, Taylor Hawkins. Y gracias, por todo, por la música.

A mi prima Sara Sánchez Valencia. Seguramente cuando se tope contigo en el infinito, se alegrará de ver a su ídolo.



14 de marzo de 2022

El sonido del cambio


Foto tomada de El Mundo

A veces creo que es un sueño. No me pellizco, suficiente tengo con ver las noticias para darme cuenta que no, pero sigo creyendo que es un sueño. Meses atrás un amigo me decía, sin asomo de dudas, que este sería el año del cambio. Yo, que tiendo al pesimismo, no le creí, pero ahora me temo que tengo que darle la razón. 

Son las 10:43 p.m. del 13 de marzo, hace un bochorno abrazador, pero por momentos la briza llega a librarme de su sofocante abrazo. Es el cambio.

Le tememos, nos genera más dudas que respuestas y hasta nos provoca salir corriendo. Sin embargo, de nosotros depende si nos adaptamos a él o nos dejamos arrasar por su oleaje incontenible. Puede ser un lugar común decirlo, pero el cambió llegó y no podemos ser indiferentes a él. 

Por años Colombia ha soportado los dolores más indecibles, la guerra sigue siendo una herida que no sana y otros males como la corrupción, el desempleo, la pobreza, el clasismo y la desigualdad (agudizados por la pandemia) rebasaron a más de uno. Ante eso, quedarse de brazos cruzados era un salto al vacío y miles salieron a las urnas para hacer realidad ese país que solo existía en sus sueños. Para sorpresa de todos, incluso de quien escribe estas líneas, aquel país soñado se vislumbraba en el horizonte y, entre los cantos jubilosos de unos y las muecas amargas de otros, el nombre de Colombia empezó a escribirse con c de cambio.  

Pero, ¿por qué estoy hablando de política en este blog musical? Porque quiero celebrar, así por momentos crea que todo esto es un sueño. En vez de noticias, análisis sesudos y pronósticos alarmistas, quiero escuchar música, que también es resistencia, libertad, rebeldía, lucha, revolución, esperanza. 

Me pongo los audífonos, subo el volumen y escucho a Bob Dylan, Víctor Jara, Mercedes Sosa, León Gieco, Piero, Charly García, Cazuza, Rubén Blades, Chico Buarque, Ray Charles, Violeta Parra, Bob Marley, The Clash, Los Prisioneros, Patti Smith, Pablo Milanés, George Michael, Public Enemy, Joan Manuel Serrat, Manu Chau, Rage Against the Machine, Kendrick Lamar, Nina Simone, Andrea Echeverri, La Muchacha, Marta Gómez, Pala, Alejo García, Pablus Gallinazus, Los Yetis, Ana y Jaime, Elkin Ramírez, K.D.H., Adriana Lucía, Edson Velandia, Los Petit Fellas, I.R.A., Masacre, Fértil Miseria, Reencarnación, Frankie Ha Muerto, Estados Alterados, La Pestilencia, La Etnia,  AlcolirykoZ… 

Tantos y tantas cantantes, tantos y tantas que han tratado de construir un nuevo mundo a punta de canciones, tantas canciones que denuncian injusticias y a la vez proponen soluciones, que inspiran o simplemente hacen saltar, cantar y bailar, que es otra forma de liberarse y cambiar las cosas, porque ¿qué sería de una revolución sin baile y sin música? Además, en Colombia la música nos ha servido para contar historias, resistir los embates de la guerra, hacer catarsis, poner el dedo en la llaga, escucharnos y mirarnos en el espejo. De no ser por ella, hacía mucho rato nos habríamos ido al precipicio, aunque varias veces estuvimos a punto de hacerlo.

Las noticias no paran de llegar. Los titulares, algunos incrédulos, nos avisan del cambio que llegó a tocar nuestra puerta, pero hace rato dejé de leer y mirar noticias. Sigo con los audífonos bien puestos y en mis oídos hay una revolución. Ya no creo que el cambio sea un sueño y cada canción que escucho me confirma que es una realidad. No sé cómo será el cambio, pero me gusta cómo suena. 

En memoria de Jesús “Chucho” Mejía Ossa, Faber López Amariles, Fabiola Lalinde y tantos soñadores que lucharon por cambiar este país. Su sueño comienza a hacerse realidad. 



6 de marzo de 2022

Okay! de EV. La música, ese lugar seguro

 


Escribir sobre música puede ser emocionante o angustiante, dependiendo del prisma con que se mire. Para mí, que retomé este blog y me puse la rutina de escribir al menos una reseña a la semana (aunque en un principio me prometí que lo haría cada que se me diera la gana), es un poco angustiante, porque aparte de enfrentarme a la hoja en blanco, debo sumergirme en las profundidades de Spotify para encontrar alguna perla y escribir sobre ella. 

A veces busco y busco listas de cualquier cosa, encuentro una que llama mi atención, hago un interminable scroll, doy clic a una canción, luego a otra y otra (a veces ni las escucho completas), y de tanto escuchar música no sé sobre qué escribir. Es irónico, pero cuando no existían Spotify, ni las demás plataformas, solía quejarme de la poca variedad de artistas, y ahora que puedo escuchar a tantos y a un solo clic, no sé cuáles escuchar, ni sobre cuáles escribir. 

Retomando el hilo que perdí desde la primera palabra, en esa búsqueda interminable en Spotify encontré una perla que iluminó mis ojos. O bueno, que se me metió a un oído y en vez de dejarme sordo, me cautivó con su sonido sereno y letras diáfanas. Se trata de un EP de nombre simple, sin grandilocuencia alguna, Okay!, y el nombre de su autora lo es aún más: EV. 

Buscando información sobre ella, encontré que su nombre de pila es Evelyn Delgado, una profesora de inglés y alemán obsesiva con los detalles que después de componer y guardar algunas canciones en 2020 lanzó su primer EP, Cosas guardadas. Tras una inesperada acogida, el año pasado lanzó su segundo EP, que es el que me motivó a escribir esta reseña y con el que ella ratifica que la música es su lugar seguro.  

No hay mejor material para un artista que lo cotidiano, la sencillez que se revela ante sus ojos, y EV sabe echar mano de ello. Desde el amor sincero y diáfano de “Canción Cursi” (una de mis favoritas y que tiene frases de antología como “si lo que quieres es una planta / yo te podría dar un jardín”), pasando por la incertidumbre que trae el insomnio en “3 am” hasta la rutina que se vive sin dramas en “Bien”, este EP es ideal para escuchar un lunes por la mañana, un jueves por la tarde o un domingo lluvioso, como el de hoy, cuando escribo estas líneas y miro por la ventana cómo la lluvia limpia las tristezas y dolores de esta ciudad. 

Para no extenderme, debo decir que Okay! calmó mi ansiedad de periodista musical que a veces se deja abrumar por las palabras y el afán de su oficio. Incluso, siendo un fan del sonido pesado y frenético, ya tengo a este EP entre mis favoritos porque la suave voz de EV caló profundo en mí y las historias que cuentan sus seis canciones son una reivindicación de lo cotidiano. Todas ellas están aderezadas con un bedroom pop sobrecogedor, aunque esa no es más que una etiqueta que trata de englobar la belleza que se enconde en una habitación, un pasillo, una cocina, un jardín, una ventana o cualquier rincón de una casa.

Sin duda, con Okay! uno se siente en un lugar seguro y eso ya es mucho decir en estos días tan azarosos donde no hay nada seguro. Por ahora, seguiré escuchándolo una y otra vez, luego me las arreglaré para escribir una nueva reseña, una nueva divagación, un nuevo caos verbal.